Entre todos los matamos

Llevo semanas pensando en escribir este artículo, pero he preferido calmar mis ánimos antes de hacerlo ya que la experiencia me dice que, en caliente, es peor redactar lo que se piensa.

En lo que va de año, hemos organizado más de veinte torneos de golf, he jugado seis o siete invitado y, todavía, me quedan otros catorce antes de terminar la temporada que, como todos los años, concluirá con nuestra obligada visita al Old Course of St. Andrews.

Y cada nuevo torneo, cada club que piso, sea comercial, social o mixto, me doy cuenta de que estamos prostituyendo el negocio, estamos mal educando a los jugadores y, entre todos, estamos consiguiendo matar a la gallina.

Es triste comprobar como la mayoría de los gerentes de los campos de golf sólo se preocupan de llenar, a cualquier precio, los torneos que cada fin de semana acuerdan para sus socios o abonados. Como valoran, tan sólo, que se den muchas cosas en el welcome pack, que haya sorteo de regalos, que el cóctel sea obligatorio y que todo sea “a lo grande”.

Lo de menos es el premio que el organizador aporte. Lo que verdaderamente importa es que se den muchas cosas, que haya mucho bulto y que el cliente, el socio o abonado, tenga la sensación de que, a cambio de lo que paga, su inversión está recuperada por la cantidad de regalos que va a recibir.

Que el premio final del torneo sea de mayor calidad, que la gloria de la victoria sea la única recompensa final, eso ya no importa a los jugadores. Ni les interesa ni les motiva. Lo que quieren es regalos, cuantos más, mejor. Y también, poder comer, beber y llevarse muchos, muchos obsequios.

Los torneos han pasado a ser buenos en función de lo que dan. Cuantas más cosas por menos dinero, mejor para el director del club, sus socios o abonados y para el organizador que, de esta manera, podrá cobrar una parte importante del green fee sin que le importe al club que acepta que su torneo se juegue en su campo.

Es una pena. En los orígenes de este juego, se competía por una medalla (medal play) que se colgaba en un cinturón. Cuantas más medallas, mayor era la gloria. Esa era la única recompensa.

Hoy en día, eso ya no vale. O regalas muchas cosas, o das mucho de comer o haces un abundante sorteo o la competición que organizas es de segunda categoría porque siempre hay alguien que da más, mucho más.

Y si das en el welcome pack una camiseta con un paquete de bolas y tees y algún que otro alimento, además, quieren que des guantes. Y si das de comer pulguitas entre el hoyo nueve y el diez con agua, te piden que les ofrezcas cerveza y vino. Y si das un cóctel de entrega de premios con sorteo de regalos en el que haya degustación de gin tonics, también quieren que incluyas ron o güisqui ya que todo es poco para el ansioso jugador que ha invertido treinta o cuarenta euros por jugar y le parece que todo lo que le des es escaso para los méritos adquiridos al haber pagado su green fee.

Pero la culpa no es de él. La culpa es de los gerentes de los clubes y de los organizadores de torneos que no somos capaces de demostrar a los jugadores que lo importante es competir, pasar un día agradable y, si se puede, bajar hándicap e, incluso, ganar algún que otro torneo.

Y mientras tanto, más regalos, más bebida, más comida no vaya a ser que los jugadores se enfaden y no se apunten a los campeonatos.

Una pena ya que como dice el viejo dicho español: entre todos los mataron (los torneos) y ellos solos se murieron.