El próximo sábado se va a disputar el partido del siglo, del milenio, de la Historia. El más igualado y trascendente de los últimos tiempos. Se juega en el Santiago Bernabéu el clásico Real Madrid – Barcelona.
No voy a juzgar la calidad deportiva de ambos equipos (que es mucha). No voy a entrar en disquisiciones sobre quién es el mejor jugador del mundo (Ronaldo o Messi). No voy a entrar a valorar cuestiones tácticas ya que profesionales del fútbol con mucha más categoría que yo lo harán durante toda la semana y, seguro, bastantes de ellos con más acierto y menos pasión de lo que podría hacerlo yo.
Tan sólo quiero opinar sobre el entrenador catalán, Pep Guardiola, en lo que a su faceta de líder del equipo se refiere y su comportamiento como tal.
Lo primero que quiero aclarar es que no me dejo llevar por mi demostrado madridismo (más de 39 años como socio del Club) a la hora de valorar al entrenador azulgrana. Soy imparcial, si es que existe dicho comportamiento, y sólo busco expresar como interpreto las declaraciones que realiza habitualmente en sus ruedas de prensa tras los entrenamientos y partidos.
Guardiola, me aburre. No me creo nada de lo que dice. No se puede ser tan perfecto. No conozco a nadie que todo lo haga bien, que siempre hable en plural, del colectivo como responsable de los éxitos.
Frases como “No hay nada más peligroso que no arriesgarse”, “Perdonaré que no acierten, pero no que no se esfuercen” “Lo que te hace crecer es la derrota, el error” “Si perdemos, continuaremos siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos, seremos eternos”, “¿Yo gané cuatro clásicos como entrenador? No, NOSOTROS los ganamos” me cansan, cargan e irritan y no me las creo.
Siempre tiene la palabra justa para el comentario adecuado, todo ello con un barniz de humildad, falsa desde mi punto de vista, que parece más preparada que natural y que hace que sus aduladores y eternos seguidores le vean como un ejemplo para el mundo por sus muchas virtudes profesionales y personales.
Pero a mí tanta postura prefabricada, tantas palabras perfectas, siempre con la contestación adecuada para cualquier cuestión planteada, me resulta aburrido, simulado y con un punto de hipocresía buscada. No hay nadie tan admirable, por mucho que en su profesión esté triunfando. Todos tenemos pasado y algunos, como el caso de Pep, con turbios momentos en los que tanta perfección brillaba por su ausencia y las declaraciones no eran tan correctas como lo son en la actualidad, sino todo lo contrario.
Supongo que mucha gente se opondrá a mi planteamiento y lo rebatirán diciendo que la perfección de Pep está fuera de toda duda (incluso mea colonia, según sus propias palabras), pero como me considero un cúmulo de imperfecciones y mi mayor perfección es saberme imperfecto, en los líderes prefiero más naturalidad, más sinceridad y, sobre todo, no estar con la pose eterna del que no se moja en el agua o no se le arrugan los pantalones al sentarse.
Líder es aquel que se rodea de líderes, y de líderes que le dicen la verdad. Espero que Guardiola acepte que sus jugadores, como él, no son perfectos por mucho que, por el momento, sean el equipo a batir en las competiciones que disputa. Y sobre todo, que cuando lleguen las derrotas, el fracaso (que llegará), asuma su parte de culpa, no eche balones fuera (nunca mejor dicho) y entienda que ha cometido fallos y que si no fuera por Messi, la leyenda Guardiola dejaría mucho que desear.
Y que quede claro, nadie lo dude, que como técnico y profesional del fútbol le respeto y admiro porque, de eso sí, sabe mucho más que yo. Pero en materia de liderazgo su comportamiento es demasiado teórico, del clásico manual que manejan los “gurús y formadores” en dicha materia. ¿Tendremos que plantearnos cambiar el arquetipo y empezar a entender que el líder perfecto también tiene que ser algo agresivo y asumir que puede cometer errores? Yo creo que sí.